jueves, 22 de octubre de 2009

Testimonios y Milagros del poder de Dios: UNA INCREIBLE NOTICIA DESDE EGIPTO.

Testimonios y Milagros del poder de Dios: UNA INCREIBLE NOTICIA DESDE EGIPTO.

jueves, 17 de septiembre de 2009

10 Razones para creer en un Dos que permite el sufrimiento

El sufrimiento viene con la libertad de escoger


Los padres amorosos anhelan proteger a sus hijos del dolor innecesario. Pero los padres sabios conocen el peligro de la sobreprotección. Saben que la libertad de escoger está en el centro de lo que significa ser humano, y que un mundo sin opciones sería peor que un mundo sin dolor. Peor aún sería un mundo poblado por personas que pudieran elegir mal sin sufrir por ello. Nadie es más peligroso que el mentiroso, el ladrón o el asesino que no siente el daño que se hace a sí mismo y a los demás (Génesis 2:15-17).


El dolor nos advierte del peligro


Odiamos el dolor, especialmente cuando aflige a aquellos que amamos. Sin embargo, sin él, los enfermos no irían al médico, los cuerpos cansados no descansarían, los criminales no temerían a la ley, y los niños se reirían de la corrección. Sin la acusación de la conciencia, la insatisfacción diaria del aburrimiento o el anhelo vacío de significación, los seres humanos, que fueron creados para encontrar satisfacción en un Padre eterno, se conformarían con mucho menos. El ejemplo de Salomón, atraído por el placer y enseñado por su dolor, nos muestra que hasta los más sabios entre nosotros tendemos a alejarnos del bien y de Dios hasta que nos detenemos frente al dolor que causan nuestras malas decisiones (Eclesiastés 1-12; Salmo 78:34,35; Romanos 3:10-18).


El sufrimiento revela lo que hay en nuestros corazones


El sufrimiento muchas veces ocurre como consecuencia de las acciones de otros. Pero tiene la habilidad de revelar lo que está en nuestros propios corazones. Nuestra capacidad de sentir amor, misericordia, ira, envidia y orgullo puede dormir hasta verse despertada por las circunstancias. La fortaleza y la debilidad de corazón se encuentran, no cuando todo va como queremos, sino cuando las llamas del sufrimiento y la tentación prueban nuestro carácter. Así como el oro y la plata se refinan por el fuego, y como el carbón necesita tiempo y presión para convertirse en diamante, el corazón humano se revela y se desarrolla al soportar la presión y el calor del tiempo y las circunstancias. La fortaleza de carácter se muestra, no cuando todo está en orden en nuestro mundo, sino en la presencia del dolor y el sufrimiento humanos (Job 42:1-17; Romanos 5:3-5; Santiago 1:2-5; 1 Pedro 1:6-8).

El sufrimiento nos lleva al borde de la eternidad


Si la muerte es el fin de todo, entonces una vida llena de sufrimiento no es justa. Pero si el fin de esta vida nos lleva al umbral de la eternidad, entonces las personas más afortunadas del universo son aquellas que descubren, a través del sufrimiento, que esta vida no es todo por lo que tenemos que vivir. Aquellos que se encuentran a sí mismos y a su Dios eterno a través del sufrimiento no han malgastado su dolor. Han dejado que su pobreza, sufrimiento y hambre los lleven al Señor de la eternidad. Son los que descubrirán para su propio gozo eterno por qué Jesús dijo: «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mateo 5:1-12; Romanos 8:18,19).

El dolor nos hace aferrarnos menos a esta vida


Con el tiempo, nuestro trabajo y opiniones son menos solicitados. Nuestros cuerpos se desgastan. Gradualmente sucumben a la obsolescencia inevitable. Las articulaciones se endurecen y duelen. Los ojos se oscurecen. La digestión se vuelve más lenta. Dormir se hace más difícil. Los problemas se vuelven cada vez mayores mientras las opciones son cada vez menos. Sin embargo, si la muerte no es el fin sino el inicio de un nuevo día, la maldición de la vejez también es una bendición. Cada dolor nuevo hace a este mundo menos interesante y la vida por venir más atractiva. En su propia forma, el dolor prepara el camino para una partida más honrosa (Eclesiastés 12:1-14).


El sufrimiento nos hace confiar en Dios


La persona sufrida más famosa de todos los tiempos fue un hombre llamado Job. Según la Biblia, Job perdió su familia por la guerra, su riqueza por el viento y el fuego, y su salud por causa de unas dolorosas llagas. A través de todo ello, Dios nunca dijo a Job por qué le sucedía todo eso. Mientras Job soportaba las acusaciones de sus amigos, el cielo permanecía silente. Cuando Dios habló finalmente, no reveló que Satanás, su archienemigo, había cuestionado la motivación de Job para servir a Dios. El Señor tampoco pidió perdón por permitir que Satanás probara la devoción de Job a Él. En vez de ello, Dios habló de las cabras monteses dando a luz, leones pequeños de caza y cuervos en sus nidos. Citó el comportamiento del avestruz, la fuerza del buey y el paso del caballo. Habló de las maravillas de los cielos y del mar y del ciclo de las estaciones. Job sólo pudo concluir que si Dios tenía poder y sabiduría para crear este universo físico, había que confiar en Él también en el tiempo del dolor (Job 1-42).


Dios sufre con nosotros en nuestro sufrimiento


Nadie ha sufrido más que nuestro Padre celestial. Nadie ha pagado un mayor precio por permitir el pecado en el mundo. Nadie se ha contristado más continuamente por el dolor de una raza descarriada. Nadie ha sufrido como Aquel que pagó por nuestro pecado en el cuerpo crucificado de su propio Hijo. Nadie ha sufrido más que Aquel que, cuando abrió los brazos y murió, nos mostró cuánto nos amaba. Es este el Dios que, al acercarnos a Él, nos pide que confiemos en Él cuando sufrimos y cuando las personas que amamos claman en nuestra presencia (1 Pedro 2:21; 3:18; 4:1).


El consuelo de Dios es mayor que el sufrimiento


El apóstol Pablo rogó al Señor que le quitara una fuente no identificada de sufrimiento. Pero el Señor se negó a hacerlo diciendo: «Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto -dice Pablo- de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.» (2 Corintios 12:9,10). Pablo aprendió que era mejor estar con Cristo en su sufrimiento que sin Cristo con buena salud y en circunstancias agradables.


En las crisis nos encontramos mutuamente


Nadie escogería el dolor y el sufrimiento. Pero cuando no hay opción, hay una fuente de consolación. Los desastres naturales y los tiempos de crisis nos unen. Los huracanes, los fuegos, los terremotos, las revueltas, las enfermedades y los accidentes tienen el poder de volvernos en sí. De repente recordamos que nosotros mismos somos mortales y que las personas son más importantes que las cosas. Recordamos que sí nos necesitamos los unos a los otros y que, sobre todo, necesitamos a Dios.
Cada vez que descubrimos la consolación de Dios en nuestro propio sufrimiento, nuestra capacidad de ayudar a otros aumenta. Esto es lo que el apóstol Pablo tenía en mente al escribir: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios» (2 Corintios 1:3,4).

Dios puede usar el sufrimiento para nuestro bien


Esta verdad se muestra mejor en los muchos ejemplos de la Biblia. A través de los sufrimientos de Job vemos a un hombre que, no sólo logró una compresión más profunda de Dios, sino que también se convirtió en fuente de aliento para los hombres de todas las generaciones que le siguieron. Por el desprecio, traición, esclavitud y encarcelamiento injusto de un hombre llamado José, vemos a alguien que con el tiempo pudo decir a los que le hicieron daño: «Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo» (Génesis 50:20).
Cuando todo nuestro ser grita a los cielos por permitir el sufrimiento, tenemos razones para mirar hacia el resultado eterno y el gozo de Jesús quien, en su propio sufrimiento en la cruz del ejecutor, gritó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mateo 27:46).

No estás solo...


No estás solo si la injusticia y el sufrimiento de esta vida te llevan a dudar que haya un Dios en el cielo a quien le importas. Pero considera nuevamente el sufrimiento de Aquel de quien el profeta Isaías dijo: «Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebrantos» (Isaías 53:3). Piensa en su espalda azotada, su frente sangrante, sus manos y pies clavados, su costado traspasado, su agonía en el huerto y su grito patético de abandono. Considera las afirmaciones de Cristo, quien decía sufrir, no por sus propios pecados, sino por los nuestros. Para darnos la libertad de escoger, Él nos permite sufrir. Pero Él mismo pagó la pena y el dolor final de todos nuestros pecados (2 Corintios 5:21; 1 Pedro 2:24).
Cuando veas la razón por la que sufrió, ten en cuenta que la Biblia dice que Cristo murió para pagar el precio de nuestros pecados, y que aquellos que creen en su corazón que Dios lo ha levantado de entre los muertos serán salvos (Romanos 10:9,10). El perdón y la vida eterna que Cristo ofrece no son una recompensa al esfuerzo nuestro, sino un regalo a todos aquellos que, a la luz de la evidencia, colocan su confianza en Él.











martes, 15 de septiembre de 2009

10 Razones para creer en la existencia de Dios

Lo inevitable de la fe


Todos creemos en algo. Nadie puede sobrellevar la presión y los problemas de la vida sin tener fe en algo que al final es imposible de comprobar. Los ateos no pueden probar que no hay Dios. Los panteístas no pueden probar que todo es Dios. Los pragmáticos no pueden probar que todo lo que contará para ellos en el futuro es lo que funciona ahora. Tampoco pueden los agnósticos probar que es mposible saber si es o no es así. La fe es inevitable, aunque decidamos sólo creer en nosotros mismos. Lo que ha de decidirse es cuál es la evidencia que consideramos pertinente, cómo vamos a interpretarla, y a quién o en quién estamos dispuestos a creer (Lucas 16:16).

Las limitaciones de la ciencia


El método científico se limita a un proceso definido por lo que se puede medir y repetir. Por definición no puede aplicarse a los asuntos trascendentales del origen, el significado o la moralidad. Para obtener ese tipo de respuestas, la ciencia depende de los valores y las creencias personales de aquellos que la aplican. Por tanto, la ciencia tiene mucho potencial, tanto para bien como para mal. Se puede utilizar para hacer vacunas o veneno, plantas de energía nuclear o armas nucleares. Puede utilizarse para limpiar el medio ambiente o para contaminarlo. Puede utilizarse para argüir a favor o en contra de Dios. La ciencia por sí sola no ofrece guía moral ni valores para regular nuestras vidas. Todo lo que la ciencia puede hacer es mostrarnos cómo funciona la ley natural, sin decirnos nada acerca de sus orígenes.

Los problemas de la evolución


Algunos han asumido que la explicación evolutiva de la vida hace innecesario a Dios. Este punto de vista pasa por alto algunos problemas. Aun si asumimos que algún día los científicos encontrarán suficientes «eslabones perdidos» como para confirmar que la vida apareció y se desarrolló gradualmente durante largos períodos de tiempo, las leyes de la probabilidad aun así mostrarían la necesidad de un Creador. Como resultado de ello, muchos científicos que creen en la evolución también creen que el universo en toda su inmensidad y complejidad no «sucedió sencillamente». Muchos se sienten obligados a reconocer la posibilidad o aun la probabilidad de la existencia de un diseñador inteligente que proveyó los ingredientes de la vida y puso en movimiento las leyes por medio de las cuales se desarrolló la misma.


Los hábitos del corazón


El hombre se ha descrito como un ser religioso incurable. En momentos desprevenidos de problemas o sorpresas, en oración o en profanación, se utilizan persistentemente las referencias a la Deidad. Aquellos que consideran ese tipo de pensamiento como sencillos malos hábitos o vicios sociales se quedan con preguntas imposibles de responder. Negar la existencia de Dios no elimina el misterio de la vida. Tratar de excluir a Dios del lenguaje de la vida civil no elimina el anhelo constante de algo más de lo que esta vida puede ofrecer (Eclesiastés 3:11). Hay algo en la verdad, la belleza y el amor que causa dolor en nuestro corazón. Aún en nuestra ira contra un Dios que permite la injusticia y el dolor, partimos de una conciencia moral para argumentar que la vida no es como debiera ser (Romanos 2:14,15). Aun sin querer, nos sentimos atraídos hacia algo que es mayor y no menor que nosotros.


Los antecedentes del Génesis


En una primera lectura, las palabras introductorias de la Biblia parecen asumir la existencia de Dios. Sin embargo, el Génesis se escribió en un momento específico de la historia. Moisés escribió: «En el principio creó Dios», luego del éxodo de Israel desde Egipto. Escribió luego de que sucedieran eventos milagrosos que fueron atestiguados por millones de judíos y egipcios. Desde el éxodo hasta la venida del Mesías, el Dios de la Biblia fundamenta su causa en eventos atestiguados en momentos y lugares reales. Cualquiera que dude de estas afirmaciones puede visitar lugares y pueblos reales para verificar la evidencia por sí mismo.



La nación de Israel


Israel se utiliza a menudo como un argumento contra Dios. Muchos encuentran difícil creer en un Dios que tendría parcialidad hacia un «pueblo escogido». Otros encuentran aún más difícil creer en un Dios que no protegería a su «nación escogida» de las cámaras de gas, los vagones cerrados y los hornos de Auschwitz y Dachau. Sin embargo, el futuro de Israel fue predicho desde el principio de la historia del Antiguo Testamento. Junto con otros profetas, Moisés predijo, no sólo que Israel poseería la tierra, sino también que sufriría incomparablemente y sería dispersado por toda a tierra, que se arrepentiría a la larga, y que finalmente sería restaurado en los últimos tiempos (Deuteronomio 28-34; Isaías 2:1-5; Ezequiel 37-38).


Las afirmaciones de Cristo


Muchos que dudan de la existencia de Dios se tranquilizan a sí mismos con el pensamiento de que «si Dios quisiera que creyéramos en Él se nos aparecería en persona». Según la Biblia, eso es exactamente lo que Dios ha hecho. Al escribir en el siglo VII a.C., el profeta Isaías dijo que Dios daría una señal a su pueblo. Una virgen daría a luz un hijo que sería llamado «Dios con nosotros» (Isaías 7:14; Mateo 1:23). Isaías dijo que este Hijo sería llamado «Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz» (Isaías 9:6). El profeta también dijo que ese niño moriría por el pecado de su pueblo antes de que su vida fuera prolongada y honrada por Dios (Isaías 53). Según el Nuevo Testamento, Jesús dijo que era ese Mesías. Bajo la supervisión de un gobernador romano llamado Poncio Pilato, fue crucificado porque decía ser el rey de Israel y porque se había presentado a Sí mismo como igual a Dios (Juan 5:18).


La evidencia de los milagros


Los informes de los primeros seguidores de Jesús concuerdan en que hizo más que asegurar ser el tan esperado Mesías. Estos testigos dijeron que se ganó su confianza al curar paralíticos, caminar sobre el agua y luego voluntariamente morir una muerte dolorosa e inmerecida antes de levantarse de entre los muertos (1 Corintios 15:1-8). La afirmación más convincente es que muchos testigos vieron a Jesús y hablaron con Él luego de que su tumba se encontrara vacía, y antes de verlo ascender en forma visible a las nubes. Estos testigos no tenían absolutamente nada que ganar al hacer esas afirmaciones. No tenían esperanzas de obtener poder ni riquezas materiales. Muchos se convirtieron en mártires, afirmando hasta el final que el tan esperado Mesías de Israel había vivido entre ellos, que se había convertido en sacrificio por el pecado, y se había levantado de los muertos para asegurarles que podía llevarlos a Dios.


Los detalles de la naturaleza


Algunos que creen en Dios no toman en serio su existencia. Razonan que un Dios lo suficientemente grandioso como para crear el universo sería demasiado grande para preocuparse por nosotros. Sin embargo, Jesús confirmó lo que sugieren el diseño y los detalles del mundo natural. Mostró que Dios es suficientemente grandioso como para preocuparse por los detalles más pequeños de nuestras vidas. Habló de un Dios que no sólo conoce cada una de nuestras acciones, sino también nuestras motivaciones y los pensamientos de nuestro corazón. Jesús enseñó que Dios sabe cuántos cabellos tenemos en la cabeza, lo que nos preocupa y hasta la condición de un pajarillo que cae a tierra (Salmo 139; Mateo 6).


La voz de la experiencia


La Biblia dice que Dios diseña las circunstancias de nuestra vida de forma tal que nos lleven a buscarlo a Él (Hechos 17:26). Para aquellos que lo buscan, las Escrituras también dicen que Él está suficientemente cerca como para que podamos encontrarlo (versículo 27). Según el apóstol Pablo, Dios es un Espíritu en el cual «vivimos, y nos movemos, y somos» (versículo 28). Sin embargo, la Biblia dice también muy claramente que debemos acercarnos a Dios en Sus términos y no en los nuestros. Él promete que lo encontrarán, no todas las personas, sino aquellos que admiten su propia necesidad y están dispuestos a confiar en Él y no en sí mismos



No estás solo...


No estás solo si estás abierto a la existencia de Dios pero no estás seguro de poder aceptar la afirmación de Cristo de ser «Dios encarnado». El Maestro de Nazaret prometió ayudar a aquellos que se preocupan por hacer la voluntad de Dios. Dijo: «El que quiere hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta» (Juan 7:17).
Si ves la evidencia de un Dios que se reveló a Sí mismo a través de Su Hijo, ten en cuenta que la Biblia dice que Cristo murió para pagar el precio de nuestros pecados, y que todos los que creen en Él reciben el regalo del perdón y la vida eterna. La salvación que Cristo ofrece no es una recompensa por nuestro esfuerzo, sino un regalo a todos los que a la luz de la evidencia ponen su confianza en Él (Juan 5:24; Romanos 4:5; Efesios 2:8-10).




domingo, 6 de septiembre de 2009

La exelencia de Cristo

Tema : La Excelencia de Cristo.
Texto : Hebreos 1:1-4
Propósito : Fortalecer la fe al conocer mejor la excelencia de Cristo en cuanto a Su Persona, mensaje y Obra.
Introducción : Los destinatarios de esta epístola están pasando por un momento crítico en cuanto a la fe. Existe una gran influencia contraria de quienes no comparten su misma creencia. Por ello el autor se propone explicar con cuidado la Excelencia de Cristo, en cuanto a la superioridad de su sacrificio y su finalidad por sobre toda persona humana, mensaje y principado. Nos habla de todo, tomando de cada parte lo mejor. En estos versículos nos habla de La Excelencia de Cristo como Profeta, Sumo Sacerdote y Rey, y de como Dios ha llevado a cabo la salvación del hombre por medio de su Hijo.
Proposición : Tiene alguna validez en nuestros días este mensaje dado hace ya tanto tiempo. Qué beneficio tiene para nosotros la Excelencia de Cristo y como afecta nuestra vida cristiana. Sin duda, tiene un gran significado para el hombre de hoy pues es la excelencia de Cristo la que sustenta todas las cosas, incluyendo su vida.
O.T. : La excelencia de Cristo se basa en tres aspectos:


I. EN SU EXCELENCIA COMO PROFETA
A. 1. "Dios, habiendo hablado..." Ante la incapacidad del hombre por comunicarse con Dios, él se ha comunicado con el hombre. Ha sido Dios quien "muchas veces" ha buscado y "de muchas maneras" traer al hombre su verdad, puesto que éste tiene gran necesidad de ella. La ignorancia, la oscuridad espiritual, y la degradación moral son evidencias concluyentes de la necesidad de la verdad de Dios y de la incapacidad del hombre por obtenerla por sus propios medios.2. Para comunicar "en otro tiempo" estas verdades utilizó a sus portavoces, los profetas. Hombres que fueron fieles a su llamado sin importar la adversidad más hostil que se les pudiera oponer. Ellos habían recibido el mensaje de Dios y esa era su única prioridad en su vida, entregarlo a sus destinatarios.3. "En estos postreros días" Dios ha llegado a la culminación de su revelación. En este tiempo nos ha hablado por medio de su Hijo. Él es el mensajero y el mensaje. Nadie está más capacitado que él para dar a conocer a Dios y su verdad, porque él es el Dios-Hombre y la verdad de Dios.

B. Ilustración: Ben HurEl autor de Ben Hur (Ilustración) Lew Wallace, General y genio literario, junto a un amigo se propuso escribir un libro que destruyera para siempre el mito del cristianismo. Durante dos años se dio a la tarea de investigar acerca de la persona de Cristo, las evidencias y su influencia. Mientras escribía el segundo capítulo, cayo sobre sus rodillas y exclamo, al igual que Tomás, "Señor mío y Dios mío". La excelencia de la persona de Cristo y su mensaje le capturaron. Nunca termino su obra, pero escribió un libro que refleja en forma magistral la forma de vida de los cristianos en tiempos de Roma, la celebre Novela Ben Hur, llevada posteriormente al cine y la cual ganó la mayor cantidad de oscares en su historia, once.
C. Tanto el creyente como el hombre inconverso necesitan de la voz de Cristo para disipar la ignorancia, la oscuridad espiritual y la degradación moral. Es la única voz verdadera y a la que todo hombre debe atender. Sin ella el hombre es fácil presa de Satanás. No tiene como hacerle frente y vendrá sobre él como hombre armado, como el invierno sobre el flojo.
D. Por ello todo hombre de fe debe anunciar, como profeta de Dios, a Jesucristo, llamando a los hombres a seguir su mensaje de buenas nuevas. No debemos guardar sólo para nosotros lo que hemos recibido, sino que debemos compartirlo con todos los hombres, en especial con aquellos que no le conocen.


II. EN SU EXCELENCIA COMO SUMO SACERDOTE
A. 1. Cristo es todo lo que Dios es. Es el "resplandor de su gloria y la imagen misma de su sustancia". Con divina inspiración el apóstol Pablo escribió "Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad..." Col. 2:9 La excelencia de su persona que de manifiesto por su naturaleza Divina.2. En su calidad de Sumo Sacerdote nuestra su excelencia como intermediario e intercesor.3. Él es el oferente y la ofrenda. Es el Sumo Sacerdote Perfecto y a la vez la ofrenda perfecta ofrecida por el perdón de nuestros pecados.
B. Ilustración: Por Sus Heridas Fuimos PerdonadosEn los Alpes de Suiza, un guía acompañaba a cuatro alpinistas en una escalada. Todos iban sujetos a él mediante una cuerda. Todo se desarrollaba con normalidad, hasta que uno de ellos perdió el equilibrio y cayo al abismo, arrastrando en su caída a los tres restantes. El guía como pudo se afianzo en una roca firme y trato de sostenerlos, pero el peso y el movimiento de los desesperados hombres eran más que sus ya debilitadas fuerzas.
Poco a poco la soga fue corriéndose de entre sus manos, hasta que al fin se fue del todo y con ella los cuatro alpinistas.El guía fue inculpado y llevado a los tribunales. En el juicio se encontraban presentes el Embajador de U.S.A, abogados, familiares de las víctimas, y un centenar de testigos. El juez preguntó al guía ¿ Tiene algo que alegar? El guía comenzó a desenvolver sus manos cubiertas por vendas y gasas. Una vez descubiertas se pudo ver que estaban despellejadas y que un gran surco de carne viva corría por ellas. Sus heridas eran tales, que sus manos nunca más podrían ser utilizadas en trabajo alguno. Mostrándolas al juez dijo: "Hice todo cuanto pude por salvarlos de la muerte". El juez, después de haber visto aquellas manos y que una leve lagrima surcaba su rostro dijo: "No hallo culpa en este hombre, pueden retirarse". Todos se levantaron en silencio y cada uno volvió a sus labores.Que gloriosa escena de Cristo mostrando sus manos con las heridas del calvario al padre, diciendo: "Padre, mira mis manos, hice todo cuanto pude por salvarlos de la muerte eterna". ¡Aleluya!
C. El creyente tiene seguridad acerca del perdón de sus pecados, porque tiene la certeza que la ofrenda ofrecida fue aceptada por Dios. La excelencia de Cristo nos corrobora esta seguridad, él como el Dios-Hombre se presentó a sí mismo por nuestros pecados purificándonos de ellos.
D. El gran pecado del hombre es no querer aceptar el sacrificio de Cristo como la obra que lo libra del pecado, su influencia y castigo. No despreciemos una salvación tan grande, por que si rechazamos el sacrificio de Cristo, ya no queda más ofrenda por los pecados, sólo una horrenda expectación de juicio y eterna condena.


III. EN SU EXCELENCIA COMO REY
A. 1. Por su obra perfecta "heredó más excelente nombre" que toda otra persona. Él es Rey de Reyes y Señor de Señores. Nadie hay por sobre él, todo principado, terreno o celestial, está bajo su autoridad.2. En el presente él reina en el corazón de los creyentes y es soberano sobre su Iglesia. Es su reino espiritual en medio de su pueblo.3. En el futuro su reino se hará efectivo en forma visible en medio de todos los hombres, entonces dejará su trono celestial y se sentará en el trono de David. Será su reinado milenial en la tierra.
B. La excelencia de Cristo (Ilustración) El filosofo y escritor francés, Ernesto Renán, quien atacó el cristianismo, escribió: "Descansa ahora en tu gloria, Noble iniciador. Tú obra está terminada, tu divinidad establecida. No temas más ver derrumbado el edificio de tus afanes. Por miles de años el mundo te ensalzará y tú serás la señal alrededor de la cual pelearemos nuestras más encarnizadas batallas. Mil veces vivirás y mil veces serás más amado. Desde tu muerte has venido a ser la piedra angular de la humanidad, a tal punto de sacar tu nombre del mundo sería verlo conmoverse hasta sus cimientos. Entre ti y Dios los hombres no pueden distinguir. ¡Conquistador absoluto de la muerte, toma posesión de tu reino! Y por el camino real que has trazado te seguirán generaciones enteras de adoradores."¡Aleluya!
C. Cristo es el Rey por excelencia. Gobernará con firmeza, pero con justicia. Todos le reconocerán como tal, otros no podrán disfrutar de su reinado, pues su ira los habrá acabado.
D. Por tanto hoy es tiempo de que los hombres reconozcan la soberanía de Cristo sobre sus vidas y bienes. No deben esperar su segunda venida como enemigos del gran Rey, sino como sus súbditos que anhelan expectante su regreso triunfal a casa junto a los suyos.

Conclusión : La excelencia de Cristo nos da la certeza que el mensaje al cual hemos creído es verdadero, que a través de su oficio y sacrificio recibimos el perdón de nuestros pecados, que él es el verdadero y único Rey tanto de nuestras vidas como de su Iglesia. Por medio de su Hijo y sus dignidades, Dios nos ha liberado de nuestra ignorancia, oscuridad espiritual y degradación moral. Nos ha hecho participes de su excelencia y dignidad, nos ha hecho hijos de Dios por adopción.Sin importar lo que pueda pasar Jesús jamás será superado. Su culto se renovará sin cesar; su vida e historia provocará sentimientos sin fin; sus sufrimientos estremecerán aun los corazones más duros. Todos los siglos proclamarán que no ha nacido nadie más grande que el hijo del carpintero, Jesús, Profeta, Sacerdote y Rey por excelencia.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Vanidad de vanidades... ¿todo vanidad?

Vanidad de vanidades... ¿todo vanidad?

El secreto de una vida feliz

«Vanidad de vanidades, dijo el Predicador;
vanidad de vanidades, todo es vanidad.» (Ec. 1:2)

Las palabras de este versículo no fueron escritas por un agnóstico o un filósofo existencialista. Brotaron de la mente y los labios de un predicador (Ec. 1:1) que había ahondado en el sentido de la vida «debajo del sol» con todas sus paradojas y contradicciones. Fruto de sus reflexiones es una cadena de conclusiones deprimentes. Las ha elaborado con gran objetividad a la luz de sus variadas experiencias personales, expuestas en los primeros diez capítulos del libro de Eclesiastés. Y todas esas experiencias conducen a la misma conclusión: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad», lo que equivale a «vacuidad», es decir «vacío». Vacío y desilusión es el trabajo con que se afana el hombre (Ec. 1:3). Vacío -o vanidad- la sucesión de generaciones humanas (Ec. 1:4). Carencia de sentido en lo rutinario del vivir cotidiano (Ec. 1:5-7). «Todas las cosas dan fastidio, más de lo que el hombre puede expresar» (Ec. 1:8). Y a partir del versículo 8, el texto de Eclesiastés es una exposición de sucesivas frustraciones: la futilidad de la sabiduría humana (Ec. 1:17), el placer (Ec. 2:1), la abundancia de posesiones materiales (Ec. 2:10).

Prosigue el predicador la exposición de males y frustraciones que acompañan a las experiencias más variadas del ser humano, todo lo cual culmina con la enigmática experiencia de la muerte.

Ni aun la vida más favorecida por el bienestar está exenta de días oscuros y de duro sufrimiento. Es aleccionador el testimonio del eminente poeta alemán Johan W. Goethe: «Me llaman mimado de la fortuna, y no me quejo del curso de mi vida. Sin embargo, todo ha sido fatiga y dolor. Puedo decir con verdad que en setenta y cinco años no he disfrutado ni cuatro semanas de verdadera satisfacción». No es de extrañar que filósofos existencialistas como Sartre o Camus hayan visto la vida humana envuelta en la más negra oscuridad y que algunos de ellos hayan visto el suicidio como única salida coherente. No es de extrañar que tal visión de falta de sentido de la vida mueva a un número creciente de personas a visitar la consulta de psiquiatras o psicológos.

Después de casi tres mil años, los problemas de la existencia humana siguen planteándose al hombre de hoy con la misma inquietud, y con idéntica amargura, que para los contemporáneos del Predicador salomónico. Si observamos nuestra existencia objetiva y friamente, a la luz de nuestra deficiente sabiduría, nos resultará muy difícil escapar a su conclusión: «Todo es vanidad». Todo vacío y tedio. Todo punzante insatisfacción.

Pero en el fondo la conclusión del libro es mucho más luminosa de lo que puede parecer a primera vista. A pesar de todas las vanidades, no induce a la desesperación. Más bien aconseja disfrutar con moderación y sensatez de los goces que todavía puede ofrecer la vida. Todo ello bajo la soberanía de Dios y la autoridad de sus leyes. Así se deduce de la conclusión del libro: «El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque esto es el todo del hombre» (Ec. 12:13).

Plenitud de plenitudes... ¡todo plenitud!

Don Miguel de Unamuno gustaba de contraponer la plenitud a la vanidad. Había mucho de verdad en esa contraposición. No todo es vacío y desilusión. Hay algo -Alguien- que con la plenitud de sus dones colma de satisfacción a quienes confían en él y le siguen. Ese Alguien es el Dios que se reveló en su Hijo eterno, Jesucristo. De él declara Cristo mismo: «Yo he venido para que tengan vida y para que la tengan en abundancia» (Jn. 10:10). Posiblemente estas palabras de Jesús inspiraron al apóstol Juan a escribir: «De su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia» (Jn. 1:16). ¿Plenitud de qué?

Plenitud de sabiduría

A los redimidos por la sangre de Cristo Dios se nos concede como don preciadísimo «toda sabiduría e inteligencia» (Ef. 1:8). Obviamente no se refiere esta sabiduría a la posesión de grandes conocimientos científicos o a capacidad para formular intrincados sistemas filosóficos. La sabiduría, en su sentido bíblico, tiene un carácter moral y espiritual. La verdadera sabiduría es la que se obtiene de la revelación de Dios en Cristo. Hondamente iluminadoras son las palabras de Jesús en una de sus oraciones: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas de los sabios y de los entendidos y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre, y nadie conoce perfectamente al Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo lo quiera revelar (...). Venid a mí...» (Mt. 11:25-28).

En Cristo, el creyente que va a él descubre no sólo plenitud de sabiduría, sino también

Plenitud de paz

Es la paz que mostró el Señor Jesucristo en los momentos más próximos a su pasión y muerte. Aquella hora sombría de su vida era propicia al temor y el temblor; pero Jesús, con serenidad insólita, dice a sus discípulos: «la paz os dejo; mi paz os doy» (Jn. 14:27). «Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción, pero tened ánimo, yo he vencido al mundo» (Jn. 16:33).

Es comprensible que los apóstoles predicaran «la paz por medio de Jesucristo» (Hch. 10:36) y que uno de ellos -Pablo- recomendara la oración intensa para obtener sosiego en todo tipo de circunstancias «y la paz de Dios, que sobrepasa a todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Fil. 4:6-7).

Plenitud de gozo

En la vida del creyente, la paz viene íntimamente relacionada con el gozo. Ambas realidades aparecen de forma consecutiva en la descripción del fruto del Espíritu (Gá. 5:22). La paz de Cristo genera gozo y éste, a su vez incrementa la paz. Palabras del Señor Jesús: «Estas cosas os he hablado para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea cumplido» (Jn. 15:11). Este ingrediente de la felicidad no podía faltar en la relación Maestro-discípulo, Señor-siervo. En la vida de los seguidores de Cristo no faltan oposición y tribulaciones, pero al final «todo se torna en gozo» (Jn. 16:20).

Abundancia de esperanza

En la vida del cristiano no todo acaba en desilusión, en «vanidad» y amarga frustración. Con sabiduría excelente, el escritor sagrado escribe el final de su discurso: «Teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque esto es el todo del hombre» (Ec. 12:13), lo cual abre una avenida amplísima de esperanzas. Así lo puede ver el lector si leyó los tres últimos temas del mes de «Pensamiento Cristiano». Un resumen muy apretado del tema lo encontramos en el capítulo 8 de la carta a los Romanos (Ro. 8), considerado el himno más formidable de la esperanza cristiana.

A la «vanidad de vanidades» de Eclesiastés contrapone Pablo la culminación de su mensaje: «La creación perdió toda su razón de ser, no por propia voluntad, sino por aquel que así lo dispuso;, pero le quedaba siempre la esperanza de que también la creación misma serrá liberada de la servidumbre de la corrupción a la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Ro. 8:20-21, DHH).

¡Glorioso triunfo de la gracia de Dios!

Jesucristo ante la frustración humana (II)

Jesucristo ante la frustración humana (II)

En la primera parte de este artículo empezamos a considerar las causas de la frustración, este tedio existencial que parece extenderse como una epidemia. Veíamos un primer ejemplo, la agresividad en sus múltiples formas, contra uno mismo y contra los demás, en especial entre los jóvenes.

Este clima enfermizo, sin embargo, no es exclusivo de jóvenes ni se manifiesta sólo con agresividad. Un segundo ejemplo, aparentemente inofensivo, nos lleva al mundo de la publicidad y nos afecta a todos, jóvenes y adultos. Una firma comercial de prendas deportivas puso como logo a sus artículos la frase «just do it» (simplemente, hazlo). Haz ¿qué? Lo que sea, no importa. Si te apetece, si lo necesitas, hazlo. No te frustres. La filosofía subyacente es clara: el derecho a satisfacer todos mis deseos y necesidades de forma inmediata. No se puede aplazar la gratificación personal «porque tú eres importante y te lo mereces». Se trata de obtener lo que deseas como bien resumía el título de una canción «I want it all, I want it now» (Lo quiero todo y lo quiero ahora). Este énfasis en «conseguirlo ya», frecuente en muchas campañas publicitarias, pone al descubierto una filosofía de vida: «no quiero, ni puedo esperar». Para estas personas esperar es fuente de frustración.

Un último ejemplo. Los grandes almacenes saben que cada cierto tiempo es necesario cambiar los escaparates por completo. ¿Por qué? La gente busca en los cambios un remedio para el aburrimiento, una de las manifestaciones más frecuentes de frustración. La persona necesita sentirse permanentemente estimulada con novedades. El cambio se ha convertido en un ídolo intocable porque se asocia con el «derecho a ser feliz». En nuestra sociedad todo parece estar en necesidad de constante cambio. La filosofía del «nada a largo plazo» afecta a todas las áreas de la vida, incluidas las más proclives a la perseverancia -la «fidelidad»- como son el matrimonio y las relaciones personales. Ello explica fenómenos tan preocupantes como el deterioro de la vida familiar y laboral. El no cambiar -la rutina- es vista como un mal y, por tanto, fuente de frustración.

Sí, el ser humano busca en la afirmación agresiva del yo, en la gratificación inmediata de los deseos y en los cambios constantes la salida, -«la solución»- a su sentido de vacío en la vida. Estas conductas -y otras parecidas- vienen a ser como aspirinas que calman el malestar existencial. Pero, ¿por cuánto tiempo? El efecto analgésico de una aspirina es limitado. Luego, si no se corrige la causa, reaparece el dolor. Éste es exactamente el mensaje del Eclesiastés. Cuando uno reflexiona profundamente en el sentido de la vida, llega a la conclusión de que ni el trabajo, ni el estudio, ni las riquezas, ni el placer pueden dar respuesta satisfactoria. Cuando uno vive para estas cosas, descubre que la vida es «vanidad -frustración- y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol» (Ec. 2:11). No sorprende, por tanto, la conclusión del autor: «aborrecí la vida... porque la obra que se hace debajo del sol me era fastidiosa» (Ec. 2:17).

Esta falta de ilusión y de metas a largo plazo está relacionada con un problema más profundo y más grave: la falta de esperanza. Vivimos fundamentalmente en un mundo sin esperanza. Con frecuencia hago esta pregunta a los adolescentes: «imagina que puedo concederte un deseo, ¿qué te hace ilusión?, ¿qué quieres?» Una de las respuestas más frecuentes es «comprarme...». No importa el qué: una moto, un vestido. La respuesta es bien significativa: la satisfacción a corto plazo. ¿Por qué apenas hablan de tener unos estudios, una profesión o formar una familia como respondía la generación de hace treinta años? La filosofía de vida de nuestra sociedad posmoderna es un fiel espejo de su escepticismo vital: «no merece la pena pensar en el futuro porque no sé cuál será este futuro». La ausencia de esperanza es un tóxico existencial que acaba envenenando todas las áreas de la vida. Por ello es imprescindible aportar esperanza como antídoto contra la frustración.

Así pues, concluimos este punto afirmando que no basta con una sociedad mejor, más justa y menos violenta, para acabar con la frustración del ser humano. Las evidencias refuerzan nuestro argumento: Suecia es el país donde las diferencias salariales son las más bajas de todo el planeta, con una altísima renta per capita y, sin embargo, tiene un índice muy alto de violencia entre padres e hijos. Es sorprendente la crisis de la familia en este país, considerado durante muchos años un modelo social del que había que aprender; la agresividad de los hijos hacia los padres y viceversa ha llegado a límites preocupantes para las autoridades. ¿Por qué se pelean si, aparentemente, tienen un gran bienestar social? La respuesta a esta pregunta nos lleva al tercer y último punto.

La separación de Dios, raíz de la frustración humana

«El fin de todo el discurso oído es este:
Teme a Dios y guarda sus mandamientos,
porque esto es el todo del hombre»
(Ec. 12:13)

La frustración, como concluye el autor del Eclesiastés, no es en último término un problema social sino moral y espiritual. El entorno, por supuesto, influye y, como ya hemos apuntado, debemos reconocer y luchar contra los problemas sociales. El deseo de una sociedad más justa no es patrimonio exclusivo de políticos y sociólogos. También nosotros, como cristianos, sentimos la responsabilidad que nace del anhelo -enseñado por el mismo Señor Jesús- de «ser sal y luz» en este mundo. En este sentido, muchas iglesias evangélicas en España tienen una clara vocación de servicio a su entorno social.

Pero ahí no acaba todo: una sociedad mejor no es la respuesta definitiva al vacío existencial de cada ser humano. El meollo de la frustración no está en nuestra sociedad, sino en nuestra suciedad, la suciedad moral que nace del corazón y se extiende cual mancha de aceite a nuestro alrededor. El director de cine Stanley Kubrick, muy apreciado como cineasta y fino observador del alma humana, afirmó en cierta ocasión: «La hipocresía del hombre le ciega acerca de su propia naturaleza y origina la mayor parte de los problemas sociales... la idea de que la crisis de la sociedad tiene como causa las estructuras sociales y no al hombre es una idea peligrosa». Estas palabras cobran un valor añadido al venir de una persona a quien no se puede tildar de religiosa.

En el fondo la frustración es un problema personal, interno. Cual punta de iceberg, es el síntoma visible de una crisis más profunda. En último término, lo que lleva a los hombres a la frustración no son los demás -ni las circunstancias- sino uno mismo. La ambición desmesurada, el deseo insaciable de fama, de éxito, de dinero, la vanidad, el resentimiento, el rencor, todos estos «tóxicos» que envenenan el mundo nacen de mi interior. El problema soy yo, no el mundo que me rodea, como nos recuerda el Señor Jesús: «No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre» (Mt. 15:11).

C.S. Lewis, haciéndose eco de una cita célebre de Agustín de Hipona, dice en uno de sus libros (Cristianismo y nada más): «Encuentro en mí un deseo que no puede llenar ninguna experiencia de este mundo. La única explicación posible es que he sido hecho para otro mundo». La Escritura nos da la explicación a este desasosiego profundo. En el antológico pasaje de Romanos 8 –un canto de triunfo en Cristo- se nos recuerda el origen de esta anomalía existencial: «Porque la creación fue sujeta a vanidad no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza» (Ro. 8:20). Recordando que la palabra vanidad es la misma que «frustración», podríamos traducir «la creación fue sujeta a frustración». La frustración es resultado de la separación de Dios. Vivimos en un mundo frustrante porque se alejó de su Creador en el momento de la Caída. El apóstol expresa la misma idea vinculándola con nuestra separación de Cristo: «En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados... y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo» (Ef. 2:12).

El gran científico francés Pascal se refirió a esta causa última de la frustración con un memorable pensamiento: «Hay un vacío en forma de Dios en el corazón de cada hombre que no puede ser llenado por ninguna cosa creada, sino solamente por Dios el Creador, quien se dio a conocer a través de Jesucristo».

Ahí es donde encontramos la clave de todo el problema: la respuesta última a la frustración humana sólo se puede hallar en la persona de Cristo. Dios ha provisto en Jesucristo la vida abundante que es exactamente lo opuesto a una vida frustrada: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn. 10:10). La palabra «abundancia» en el original es un comparativo -«más abundante»- y también se podría traducir por «extraordinaria, magnífica superior». Este versículo es como una síntesis preciosa de todo el Evangelio: ante el drama de una vida frustrada en un mundo frustrante, se alza esplendorosa la figura de Jesús que nos abre la puerta a una vida nueva magnífica, superior, en una palabra, una vida abundante de sentido, de realización y de esperanza.

Ante esta realidad gloriosa, el creyente ya no dice hastiado: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad», sino que prorrumpe con un gozoso «plenitud de plenitudes, todo es plenitud en Cristo».

jueves, 3 de septiembre de 2009

Jesucristo ante la frustración humana (I)

Jesucristo ante la frustración humana (I)

«Vanidad de vanidades, todo es vanidad...
He aquí todo era vanidad y aflicción de espíritu,
y sin provecho debajo del sol»
(Ec. 1:2, Ec. 2:11)

«Un mundo loco, lleno de gente loca,
está dando un salto mortal en el cielo,
y cada vez que empieza un salto,
ha pasado otro día.»
(poema anónimo)

Cada vez más personas en nuestra sociedad se identifican con este poema y con las palabras iniciales del Eclesiastés: viven con una sensación de absurdidad, de estar en un viaje a ninguna parte, de que la vida no tiene sentido. Pero, ¿es realmente un sentimiento moderno? El libro del Eclesiastés, escrito hace más de tres mil años, ya nos hace un retrato descarnado de este «síndrome» de frustración vital repitiendo como un estribillo la frase «vanidad de vanidades, todo es vanidad». El vacío y la absurdidad de una vida sin Dios han sido compañeros inseparables del ser humano desde siempre.

La palabra frustración viene de un término latino -frustra- que significa en vano, sin sentido, inútil. Es significativo observar cómo en nuestra generación esta palabra ha llegado a convertirse en una expresión popular, sobre todo entre los adolescentes: «¡qué frustre!» exclaman ante una contrariedad. La mayoría probablemente no es consciente de la profundidad de lo que están diciendo, pero es un reflejo muy significativo del vacío existencial de muchos de ellos. Sin saberlo, están expresando toda una filosofía de vida.

Caminos sin salida: la frustración en la vida diaria

¿Qué es, en realidad, vivir frustrado? Podemos encontrar expresiones visibles de la frustración casi en cualquier área de la vida, pero vamos a dejar que la palabra de Dios misma nos lo muestre.

El autor del Eclesiastés hace una descripción detallada de su frustración al contemplar la vida tal cual es. Podríamos decir que se enfrenta cara a cara con la vida, ejercicio muy poco habitual hoy en una sociedad que nos está distrayendo constantemente con válvulas de escape que nos ayudan a olvidar y mitigan los sinsabores diarios. Acompañemos al Predicador en su reflexión existencial. Repasa una a una las diversas ilusiones y metas a las que se había entregado durante años empezando por el trabajo: «¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol?» (Ec. 1:3). «Asimismo aborrecí todo mi trabajo que había hecho bajo el sol, el cual, al fin y al cabo tendré que dejar a otro que vendrá después de mí; y quién sabe si será capaz o incapaz, sabio o necio el que se aprovechará de todo mi trabajo en que yo me afané y en que ocupé debajo del sol mi sabiduría. Esto también es vanidad.» (Ec. 2:8). ¿No es éste el mismo sentimiento de muchas personas al llegar a la jubilación o en la crisis de la media vida a los cuarenta-cincuenta años? Uno se pregunta: ¿ha valido la pena tanto sacrificio, tanto esfuerzo? ¿Para qué? El actor Marlon Brando, poco después de entrar en un proceso de enfermedad grave afirmó: «Te acercas al final de la vida, ha pasado todo muy rápido y cuando llegan los últimos días dices ¿qué demonios ha sido esto?».

Esta desazón no aparece sólo al considerar la vida laboral. La misma experiencia relata el Predicador cuando se entrega al estudio: «Dediqué mi corazón a conocer la sabiduría y a entender los desvaríos. Conocí que aun esto era aflicción de espíritu, porque en la mucha sabiduría hay mucha molestia y quien añade ciencia añade dolor» (Ec. 1:17-18). El vivir sólo para estudiar, para la ciencia, también le deja al Predicador un sentimiento de vacío. Goethe, un hombre con una inteligencia privilegiada y dedicado por completo a las letras, el día que cumplió 75 años confesó: «En mi vida todo ha sido fatiga y dolor, puedo decir que en 75 años no he disfrutado ni cuatro semanas de verdadera satisfacción».

Tampoco la prosperidad económica, las riquezas, llenaron al autor del Eclesiastés. «Dije yo en mi corazón: ven ahora, te probaré con alegría y gozarás de bienes, mas he aquí esto era también vanidad» (Ec. 2:1). «Engrandecí mis obras, edifiqué para mí casas, planté para mí viñas, me hice huertos y jardines y planté en ellos árboles de todo fruto; me hice estanques de agua, para regar de ellos el bosque en el que crecían los árboles; compré siervos y siervas y tuve siervos nacidos en casa; tuve posesión grande de vacas y ovejas, más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén. Me amontoné también plata y oro, y tesoros preciados de reyes y de provincias... Y fui engrandecido y aumentado más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalen.» (Ec. 2:4-9). Pero he aquí su conclusión en crudas palabras: «Miré yo después todas las obras que habían hecho mis manos y el trabajo que tomé para hacerlas, y he aquí todo era vanidad (frustración) y aflicción de espíritu y sin provecho debajo del sol» (Ec. 2:11). Los bienes materiales no pueden dar un sentido a la existencia. ¿Es casualidad que algunos de los hombres más ricos y célebres hayan acabado sus días quitándose la vida? Este fue el caso de George Eastman, inventor de cámaras fotográficas y fundador de la famosa compañía Kodak. Considerado uno de los filántropos más generosos de América, donó la mitad de su fortuna para obras de caridad. Pero nada parecía llenar su vida hasta que, ya anciano, a los 78 años se suicidó.

El Predicador buscó también la respuesta a su inquietud en los placeres. «No negué a mis ojos ninguna cosa que no desearan ni aparté mi corazón de placer alguno» (Ec. 2:10). Observemos, sin embargo, de nuevo la conclusión: «A la risa dije: enloqueces, y al placer, ¿de qué sirve esto?» (Ec. 2:2). La satisfacción de todos los deseos y necesidades, el carpe diem (vive el día) de los antiguos latinos acaba también produciendo un sentimiento de tedio. Los ejemplos en nuestra sociedad -hedonista en grado máximo- son innumerables. El mundo más vacío es el de la persona que vive sólo para divertirse.

Todos estos caminos -el trabajo, el estudio (el mundo académico), los bienes materiales, los placeres- son buenos en sí mismos. La Palabra de Dios no los condena. Cometeríamos un grave error si los presentáramos como algo negativo. Son facetas propias de la vida humana creadas por Dios para nuestro bien y disfrute. El problema surge cuando dejan de ser medios, instrumentos, y se convierten en un fin en sí mismas. Lo que frustra no es trabajar, sino vivir para trabajar; lo negativo no es entregarse a la ciencia, sino buscar en ella el sentido de tu vida; el vacío desesperante de las riquezas aparece cuando uno busca llenar con ellas el tedio vital. Cuando consideramos estos medios como la razón de ser de nuestra vida, entonces se convierten en agua que no sacia, en aspirina que no calma el dolor más que por un poco de tiempo. Ello es así porque no llegan a la raíz del problema tal como nos muestra el autor del Eclesiastés al final de su libro.

Así pues, la frustración es un sentimiento de vacío, de absurdidad que se expresa en apatía, desmotivación, un estar de vuelta de todo. Tristemente muchos jóvenes hoy sufren este «síndrome del Eclesiastés»: están de vuelta de todo sin haber siquiera empezado el camino; son viejos con veinte años. Les falta lo opuesto a la frustración: la ilusión y la esperanza.

¿La sociedad es la culpable? Las causas de la frustración

¿Cuáles son las causas de este tedio existencial? A simple vista, el problema parece radicar en el entorno social, en este «mundo loco lleno de gente loca» según nuestro poema inicial. Y no es una respuesta del todo errónea. La frustración es un fenómeno pluridimensional, algo así como una casa con varios pisos donde la influencia de los problemas sociales es innegable. Un análisis prolijo de estas causas sociales escapa al marco reducido de este artículo. Sin embargo, sí queremos mencionar tres ejemplos que reflejan valores e ídolos que nacen de una sociedad enferma y que, en un nefasto «feed-back» negativo, engendran frustración y más problemas sociales.

Un primer ejemplo, el aumento de la agresividad contra uno mismo y contra los demás. Los expertos en sociología y en salud mental nos alertan del incremento exponencial de los trastornos psíquicos en los últimos quince años. En esta línea, los intentos de suicidio y los suicidios consumados (agresividad dirigida contra uno mismo) son una de las principales causas de muerte entre jóvenes e incluso entre niños de 10-14 años.

Otra muestra de esta agresividad es el aumento dramático de la violencia en las relaciones personales: las agresiones en colegios e institutos, la proliferación de tribus urbanas que se pelean simplemente porque necesitan expresar la violencia que llevan dentro. Llega el fin de semana y las cadenas, las porras o los bates de béisbol constituyen el «equipo» necesario para practicar su deporte favorito: la guerra. Y qué diremos de la proliferación de costumbres casi sádicas como entrenar a perros de determinadas razas (rotweilers, pitbulls, etc.) para que se peleen hasta morir en un espectáculo tan violento como absurdo. Vivimos en una «cultura» -curioso contrasentido- de la violencia. Debemos decir, no obstante, que la agresividad también se manifiesta de formas mucho más sutiles e incluso bien vistas por una sociedad hipercompetitiva. El mundo de la empresa vive a diario situaciones donde el «yo» es afirmado de forma casi darwiniana: a fin de ascender, todo vale. No importa que tenga que pisar o maltratar a mi prójimo. ¡Cuántas carreras meteóricas dejan una estela de «cadáveres» emocionales a su alrededor!